“El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas”
William George Ward. (Teólogo y matemático)
A fines del 1800 Sigmund Freud descubrió el papel fundamental de la fantasía en la salud de sus pacientes. Este hallazgo fue imprescindible para diferenciar y separar lo que se llama “realidad objetiva” (si la hay) de la “realidad subjetiva”. Cuando hablamos de realidad subjetiva nos referimos, en parte, a aquellos hechos que no acontecen pura y exclusivamente en la realidad, sino en nuestra imaginación. Son construcciones, elaboraciones según nuestra percepción que vivimos y transitamos tal y como si fuese la única opción posible. Es decir, las personas con frecuencia, no sufren por lo que realmente “sucede” sino por lo que piensan, fantasean que está pasando o puede llegar a pasar. Recordemos que los seres humanos somos los únicos capaces de imaginar y esto muchas veces trae consecuencias negativas en nuestra salud, es decir nuestra imaginación se convierte en nuestro principal enemigo. Por ejemplo: percibimos o imaginamos un futuro desalentador o puedo imaginar y sentir el entorno como hostil y amenazante, o tal vez puedo fantasear un hecho catastrófico que no ocurrió, o simplemente creemos ver que alguien nos mira con mala cara, cuando en realidad esa persona caminaba pensando en cómo poder pagar sus gastos.
La realidad “ES”, es decir, el vaso de agua no está ni medio lleno ni medio vacío; esta por la mitad. Por eso es necesario no quedar fijado a ninguna idea “creyendo que esa ES la única opción”. Entender que como Don Quijote, todos en algún momento imaginamos “monstruos” o “gigantes” donde en realidad solo hay molinos de viento. La frecuencia, intensidad y/o magnitud de esos “gigantes” serán determinantes en nuestra capacidad de disfrutar, gozar, de vivir con plenitud, en definitiva, de ser felices.
Es fundamental entender que en la mayoría de los casos la flexibilidad de pensamiento es sinónimo de salud y bienestar. Aprender a mirar las cosas desde múltiples ópticas, quizás esa sea la diferencia entre crisis y oportunidad. Por eso ante alguna afirmación que nos hagamos a nosotros mismos, aquello que demos por hecho que es así, es conveniente preguntarse: Realmente, ésto es así? No hay otra alternativa posible? No hay otra opción?
Metaforizando un partido de cartas, podemos decir que, como con las cartas que nos tocan en la repartida, con los hechos veremos que hacemos: si me arriesgo a una jugada; si imagino que el adversario tiene más que yo; si me voy al mazo; si corto o vuelvo mezclar. Tal vez la clave del bienestar este en comprender y aplicar lo que dice el viejo refrán: “A Dios rogando y con el mazo dando”.
Autora: Mariana Dell Osa.
Psicóloga